domingo, 16 de abril de 2017

SCI Galeano: Preludio: Los relojes, el apocalipsis y la hora de lo pequeños

12 de abril del 2017.

Buenas tardes, noches, días, madrugadas.

Queremos agradecer a las compañeras y compañeros del CIDECI-UniTierra el que, con generosidad compañera, hayan brindado nuevamente éste su espacio para que podamos reunirnos. Y a los equipos de apoyo de la Comisión Sexta que se encargan del transporte (esperamos que no se vuelvan a perder), la seguridad y la logística en este evento.

Queremos agradecer también la participación de quienes en estas jornadas nos acompañarán con sus reflexiones y análisis en este seminario que hemos llamado “Los Muros del Capital, las Grietas de la Izquierda”. Así que gracias a:

Don Pablo González Casanova.

María de Jesús Patricio Martínez.

Paulina Fernández C.

Alicia Castellanos.

Magdalena Gómez.

Gilberto López y Rivas.

Luis Hernández Navarro.

Carlos Aguirre Rojas.

Arturo Anguiano.

Christian Chávez.

Carlos González.

Sergio Rodríguez Lascano.

Tom Hansen.

También y de manera especial, agradecemos y saludamos a los medios libres, autónomos, independientes, alternativos o como se llamen, a elloas y a su esfuerzo por darle vuelo a la palabra y que lo que aquí se reflexione llegue a otras partes.



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Hemos decidido iniciar nosotras, nosotros, zapatistas, este seminario o encuentro que forma parte de la campaña mundial “Contra los Muros de Arriba, las Grietas abajo (y a la izquierda)”, para permitir así que quienes nos seguirán en la palabra puedan deslindarse, criticar, o simplemente hacerse los occisos, u occisas, según.

Por eso estamos solos en esta mesa, sólo acompañados por Don Pablo González Casanova. Y él está aquí por varias razones: una es que él ya está más allá del bien y el mal, y, lo ha demostrado a lo largo de 23 años, no le ocupa ni le preocupa que lo reconvengan por andar en malas compañías. Otra razón es de por sí siempre él dice lo que piensa. Él les puede decir, y dirá verdad, que nunca le hemos impuesto ni la visión ni el enfoque, por eso es que no pocas veces no sólo no coincide con nuestro pensamiento, sino que es bastante crítico. Tan es así que la clave con la que nos referimos a él en nuestras comunicaciones internas, para que el enemigo no sepa que hablamos de él, es “Pablo Contreras”. Lo consideramos un compañero, uno más entre quienes somos lo que somos y como somos. Nos enorgullece la compañía de su paso, su palabra crítica y, sobre todo, su compromiso sin tibiezas ni dobleces.

Nuestra palabra de hoy la hemos preparado con el Subcomandante Insurgente Moisés de modo que sea hilada, o al menos eso pretende.

Sé bien que tenemos fama de ser poco serios y bastante irresponsables, además de, claro, irreverentes, empecinados y descaradamente desmadrosos; que luego nos da por contar cuentos cuando la ocasión amerita solemnidad y trascendencia y la academia exige “el análisis concreto de la realidad concreta”. En fin, que somos transgresores de la responsabilidad, las buenas maneras y la urbanidad civilizada.

Pero, a pesar de eso, les voy a pedir que se pongan serios porque lo que vamos a decir hoy, provocará un alud de descalificaciones y ataques.

Bueno, uno más, aparte del ya protagonizado por la histeria ilustrada de la izquierda institucional que, ingenua, piensa que llegará al Poder, ahora sí, porque ha conseguido tempranamente lo que ya se anunciaba, es decir, se ha convertido en un clon de lo que dice combatir, corrupción incluida. Ese progresismo ilustrado que ha elevado a conceptos de las ciencias sociales categorías tales como “complot”, “mafia del poder” y que prodiga perdones, absoluciones y amnistías cuando de arriba se trata, y sentencias y condenas cuando al abajo se refiere. Eso sí, hay que reconocer que esa izquierda ilustrada es de deshonestidad valiente, porque no teme hacer el ridículo una y otra vez para convencerse a sí misma y a los feligreses de temporada que “regenerar” es sinónimo de “reciclar” en lo que a la clase política y empresarial se refiere.

Lo que queremos decirles puntualmente hoy es breve, e iniciaremos expresándolo en algunas de las lenguas originarias que se hacen palabra en nuestro paso:

Tiene la palabra chol la Comandanta Amada.

Tiene la palabra tojolabal la Comandanta Everilda.

Tiene la palabra tzotzil la Comandanta Jesica.

Tiene la palabra tzeltal la Comandanta Miriam.

Tiene la palabra castilla la Comandanta Dalia.

Lo que han dicho las compañeras y compañeros, en español se puede traducir como “Vete a la chingada Trump”, pero no lo voy a decir así para que no me acusen de prosaico y grosero. Entonces lo traduciremos con un lacónico: “Fuck Trump”.

Establecido lo más importante y serio que tenemos que decir en este seminario o como se llame esta reunión que, en realidad, tiene como objetivo principal darle a Don Pablo González Casanova un abrazo colectivo, ahora podemos pasar a lo que no es tan importante: nuestro pensamiento.

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LOS RELOJES.

El tiempo, siempre el tiempo. Relojes. Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos. El tic tac frenético de la bomba del Capital, el terrorista por excelencia, ahora amenazando a la humanidad entera. Pero también el tiempo vuelto calendario y modo, según cada quien, según la lucha de abajo y a la izquierda, resistencia y rebeldía.

Hace 21 años, en los llamados Diálogos de San Andrés, desesperada porque el zapatismo debía consultar hasta el más mínimo acuerdo con los pueblos, la delegación gubernamental cuestionaba a la delegación zapatista sobre sus relojes. Palabras más, palabras menos, les reclamaban: “Ustedes hablan mucho de que el tiempo zapatista y traen relojes digitales y tienen la misma hora que nuestros relojes”. Las carcajadas de los Comandantes Tacho y Zebedeo resonaron entonces en el pequeño cuarto donde se realizaban las pláticas.

Ésa fue la respuesta zapatista al cuestionamiento gubernamental. En un costado, como miembros de la Comisión Nacional de Intermediación, atestiguaban, entre otros, Don Pablo González Casanova, y un artista de la palabra; el poeta Juan Bañuelos, quien falleció hace unos días y que, en uno de los acompañamientos que hizo con la delegación en el dilatado trayecto hasta La Realidad zapatista, junto al también hoy finado SupMarcos defendió “Los Versos del Capitán” de Pablo Neruda, que alguien atacaba por ser “poesía demasiado política”. “Eso no es poesía”, argumentaba el de la diatriba, “es un panfleto”.

Siguió el silencio en el trayecto. Juan Bañuelos miraba las montañas, tal vez hilando en su pensamiento el poema “El Correo de la Selva” en el que, contra lo que se ha dicho, no habla de sí mismo, sino de quien hacía de correo entre la CONAI y el EZLN, arriesgando vida, libertad y bienes en los tiempos aciagos de la traición zedillista de 1995 (uno de sus operadores, Esteban Moctezuma Barragán, es hoy uno de los absueltos y elevado a dirigente estratégico de punta del “cambio verdadero”).
 

Por su parte, me imagino que el difunto SupMarcos respiraba aliviado al avistar territorio zapatista y tal vez, en un murmullo premonitorio, recitaba para sí los últimos versos de “La Carta en el Camino” de Pablo Neruda, el poema con el que cierra el libro “Los versos del Capitán”.

“Y así esta carta se termina

sin ninguna tristeza:

están firmes mis pies sobre la tierra,

mi mano escribe esta carta en el camino,

y en medio de la vida estaré

siempre

junto al amigo, frente al enemigo,

con tu nombre en la boca

y un beso que jamás

se apartó de la tuya.”

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Sobre el tema del tiempo (el “timming” dicen los obesos y perezosos tanques del pensamiento de arriba), nos han querido criticar y catalogar. Por ejemplo, nos han dicho que, en la era digital, nosotras, nosotros, zapatistas, somos como esos relojes que funcionan con muelles, engranes y resortes, y a los que hay que darles cuerda manual.

“Anacrónicos”, dijeron. “El pasado que viene a pedir cuentas”, sentenciaron. “El rezago histórico”, murmuraron. “Un pendiente de la modernidad”, amenazaron.

Bueno, con nuestro acostumbrado sentido de la oportunidad, les decimos que no somos como un reloj de cuerda manual en la era de los smartwatch, que te miden las calorías consumidas y consumadas, el ritmo cardíaco, además de que te dicen si te mueves bien o mal cuando los cuerpos desnudos repiten la, ésa sí anacrónica, ceremonia del encuentro de pieles y humedades. Son tan modernos y avanzados esos relojes que en ellos, a veces, hasta puedes ver qué hora es.

Cierto, es ésta una época donde la realidad virtual aventaja con mucho a la realidad real y cualquier imbécil puede simular sapiencia gracias a que las redes sociales le permiten encontrar ecos igualmente necios y cínicos; época donde la pretendida originalidad de la antipatía se anula al hacerse patente que la impertinencia, la ignorancia y la pedantería es una “individualidad” que es compartida por millones de nicknames, como si la estupidez no fuera sino un solitario ser multicuentas, y la misoginia del Calderón y la Calderona tienen sus pares en todo el universo de las redes sociales, incluso en quienes, con maestrías y doctorados en la izquierda bien portada e institucional, se refieren a la posible vocera del Concejo Indígena de Gobierno con el sarcástico mote de “la Tonantzin”.

Pero lo que en la derecha es delito denunciable jurídicamente, en la izquierda institucional es un gracioso comentario que no merece ser penado, sino celebrado. Aunque se vista de única e irrepetible, y dirija un suplemento, la imbecilidad es la más común y corriente de las características humanas en el espectro político de un arriba en el que las diferencias se diluyen incluso en las encuestas.

Pero en esta era tecnológica que nos contempla con reprobación burlona, nosotras, nosotros, zapatistas, somos más bien como un reloj de arena.

Un reloj de arena que, aunque no pide actualización cada 15 minutos y no requiere tener saldo activo para funcionar, tiene que renovar una y otra vez su limitado conteo.

Aunque poco práctico e incómodo, como de por sí somos los zapatistas, las zapatistas, el reloj de arena tiene sus ventajas.

Por ejemplo, en el podemos ver el tiempo transcurrido, ver el pasado, tratar de entenderlo.

Y podemos ver, también, el tiempo que viene.

No se puede entender el tiempo zapatista si no se entiende la mirada que le lleva la cuenta en un reloj de arena.

Por eso, les hemos traído aquí, por esta única ocasión, dama, caballero, otroa, niña, niño, este reloj de arena al que hemos bautizado como modelo “No sabes nada John Snow”.

Véalo usted, aprecie la perfección en sus líneas curvadas que recuerdan que el mundo no es redondo y sin embargo se mueve, da vueltas, y, como dijo Mercedes Sosa en su tiempo, “cambia, todo cambia”.

Véalo usted y entienda que no nos entiende, pero que no importa; que, como luego se dice, no hay pedo, porque no es hacia nuestro modo arcaico (que, más que pre moderno, es prehistórico) donde le pedimos que mire, no. Es más allá hacia donde necesitamos su vigilancia.

Porque entendemos que a usted le piden que ponga atención a ese breve instante en que un granito de arena llega al reducido pasaje para caer y sumarse a los instantes que se acumulan en eso que llamamos “pasado”.

Porque eso le insinúan, le aconsejan, le piden, le ordenan, le mandan: viva el instante, viva ese presente que ya puede reducir aún más con la más alta y sofisticada tecnología. No piense en el tiempo que ya yace en el ayer, porque en el vértigo de la modernidad, es lo mismo “hace un segundo” que “hace un siglo”.

Pero, sobre todo, no se asome a lo que viene después.

Y, claro, nosotras, nosotros, a contrapelo, de contreras nomás, de mulas pues (sin agraviar a nadie en particular, cada quien con su cada cual), estamos analizando y cuestionando al granito de arena que, anónimo, está en medio de los demás, esperando su turno para colarse por el angosto túnel, al mismo tiempo que miramos al que yace abajo y a la izquierda en lo que llamamos “pasado”, preguntándose el uno y el otro qué rayos tienen qué ver ellos en esta plática sobre los muros del Capital y las grietas de abajo.

Y nosotras, nosotros, con un ojo en el gato y otro en el garabato, o sea el perro, con lo que el “gato-perro” se convierte en herramienta de análisis en el pensamiento crítico, y deja de ser la constante compañía de una niña que se imagina sin miedo, libre, compañera.

Pero no es al zapatismo al que le invitamos tratar de entender o de explicar. Aunque, claro, si usted quiere reiterar su torpeza, limitación y dogmatismo anti o pro, pues quiénes somos nosotros para impedirlo.

Y entonces le decimos que no, que no valemos la pena, que el zapatismo es sólo una lucha más entre muchas. Si acaso la más pequeña en cuanto a su número, su impacto, su trascendencia.

Aunque, eso sí, acaso la más irreverente si la referimos al enemigo que ha elegido, a su aspiración, su objetivo, su horizonte, su necio empeño en construir un mundo donde quepan muchos mundos, todos, los que están, los que nacerán.

Y todo esto mientras, con absurda obstinación, volteamos una y otra vez el reloj de arena, como si quisiéramos decirles, decirnos, que eso es la lucha: algo donde no hay descanso, donde se debe resistir y no abrir las puertas de la prudente cobardía que, con el letrero de “SALIDA”, aparecen a lo largo de todo el camino.

La lucha es algo donde hay que estar atento al todo y a las partes, y estar listas, listos, porque ese último granito de arena no es el último, sino el primero, y que hay que darle vuelta al reloj de arena, porque ahí no está el hoy, sino el ayer y, sí, tiene usted razón, también el mañana.

Así que ahí tiene usted el secreto del método zapatista para el análisis y la reflexión: ni siquiera usamos un reloj de cuerda manual, sino que es un reloj de arena.

Claro, se entiende, qué se puede esperar de quienes ahora sostienen que en esta época, además de la lógica del dinero, está globalizada la señora madre de Donaldo Trump porque en todo el planeta se la recuerdan, se la mencionan, es decir, se la mientan.

O tal vez usamos un reloj de arena porque nuestro afán de entender no es interés académico, científico o descriptivo, o pretendido y torpe tribunal que piensa que sabe todo y puede opinar de todo, porque, es sabido y lo confirman las redes sociales, cualquier tontería encuentra seguidores, y se conforman los rebaños para el pastor que, a su vez, es parte del rebaño de otro pastor y así les va.

No, nuestro interés es subversivo. Combatimos al enemigo. Queremos saber cómo es, cuál es su genealogía, su “modus operandi” podríamos decir siguiendo a Elías Contreras, un finado comisión de investigación del EZLN, que sostenía que el capitalismo era un criminal y que la realidad entera en el mundo era la escena del crimen y como tal debería ser estudiada y analizada.

Y ahora se me ocurre que las pistas dejadas por Elías Contreras, las dejadas por el ahora finado SupMarcos, las que nosotras, nosotros, zapatistas, les vamos dejando a usted, dama, caballero, otroa, niña, niño, jóvenes aunque no en el calendario pero sí en la mirada, son, todas, señales para un camino.

Y el truco, la maña como dice el SubMoy, la “magia” como decía el SupMarcos, está en que esas pistas no son para que nos encuentren, nos descubran, nos atrapen. Son, según este apunte que he encontrado en el baúl de los recuerdos del SupMarcos y que ahora releo desconcertado, para que no sólo encuentren el espejo, sino para que vayan construyendo la respuesta, su respuesta suya de usted, a la pregunta apocalíptica que lo abofeteará en el rostro, sin importar su color, su género o transgénero, su creencia o descreencia, sus filias y fobias políticas e ideológicas, su modo, su tiempo, su geografía.

La pregunta que anuncia el apocalipsis más terrible y maravilloso: ¿Y tú qué?

El apocalipsis que, según cuenta la niña autodenominada Defensa Zapatista, es de género. “Va en su cuenta de los pinches hombres” sentencia cada que puede, venga o no al caso, esta niña que sueña con completar su equipo de fútbol.

“Ya está cabal todo, aunque el balón está un poco como bollado, como que lo pegaron en su cabeza y la tiene llena de chipotes”, me responde la niña a una pregunta que ni siquiera pensé.

“Y, claro, falta completar el equipo, pero no preocupas Sup, ya vamos a ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”, me dice tratando de tranquilizarme mientras en el caracol esperamos, inquietos, que encuentren al equipo de apoyo que está perdido.

El Subcomandante Insurgente Moisés murmura “mta, creo que tenemos que hacer un equipo de apoyo para el equipo de apoyo, porque siempre les pasa algo”, mientras Defensa Zapatista trata de convencerme de que busque entre ustedes a prospectos para corretear detrás de un balón deforme por un potrero hoy lleno de garrapatas y una que otra nauyaca, y apenas hace unos días brillando por el agua encharcada de una lluvia a la que, es seguro, le falla el reloj porque nada tenía qué hacer en abril.

Las indicaciones que recibo de la niña distan de ser sencillas. El equipo no necesita portero, posición ocupada, lo sé, por un viejo caballo tuerto que se diferencia de los demás en que no tiene lazo, ni marca, ni dueño alguno y mastica despreocupado una botella de plástico vacía en la que ya no se nota la marca de conocido refresco de cola.

La posición de defensa, es obvio, también ya está cubierta. Y el equipo tiene un extremo izquierdo que más bien parece un gato… o un perro, que, bueno, ahí va el mouse de la compu del SubMoy, y ahí va persiguiéndolo el Monarca gritando “¡pinche perro!” y la insurgenta Erika aclara que no es perro, y el Monarca “gato, entonces”. “Tampoco” , dice la Erika que sólo quiere asegurarse de que el gato-perro escape ileso, y lo logra.

También forma parte de la siempre incompleta alineación el Pedrito, quien, según entiendo por el esquema que Defensa Zapatista despliega frente a mí, es una especie de líbero multi posiciones. “Es que acaso obedece el Pedrito”, me aclara, “un día quiere ser portero, otro día delantero, defensa que ni lo sueñe” advierte la niña. Luego añade: “pero así son de por sí los pinches hombres que un rato dicen una cosa y al otro rato anda vete”, mientras me mira con los ojos entrecerrados y pone su mejor cara de “Fuck Trump y hazte a un lado no te vaya yo a salpicar o ahí lo veas si tú también”.

Antes de salir, Defensa Zapatista me resume: “Oí Sup, no cualquiera, eh, tiene que ser de disciplina y de lucha, porque si no luego se desmayan rápido y en el equipo sólo resistencia y rebeldía”. Yo no quise desilusionarla, pero tan sólo el requisito de disciplina deja fuera a todos los equipos de apoyo y a todos, todas y todoas loas presentes, empezando, claro, por Pablo Contreras aquí presente.

Para el finado SupMarcos, según me enteré después de su muerte y rescatando sus letras, el apocalipsis no es el espejo ni la pregunta, sino la respuesta. “Ahí”, escribió con su torpe letra de niño mal aplicado y reprobado perene en caligrafía, “Ahí es donde el mundo se acaba… o comienza”.

Ya volveré en otra ocasión sobre estas hojas manchadas de humedad y tabaco que, junto con otras y en un baúl de tela corroída y rota, me entregó el SupMarcos momentos antes de su muerte, con una lacónica sentencia: “Ahí lo veas”.

La misma frase me la repitió cuando bajaba del templete en La Realidad, aún caliente sobre la tierra la sangre de mi hermano muerto, el maestro Galeano, cuando, como premonición de lo que vendría después, la única luz era la de la lluvia que rompía la lógica de ese mayo ya pasado en calendarios.

No, no hablaré de ese escrito. O no todavía. Tampoco del que acabo de encontrar y que, desafiante, tiene este breve título: “De cómo Durito decidió abrazar la noble profesión de la Andante Caballería y se dio en recorrer el mundo desfaciendo entuertos, socorriendo al desvalido, rescatando al oprimido, apoyando al débil y arrancando suspiros libidinosos en las recatadas doncellas, así como resoplidos de envidia en los machines. Informes, presupuestos sin compromiso y contrataciones en Hojita de Huapac #69”.

Sí, coincido con ustedes, es un título tan modesto como su protagonista.

Pero no se los leeré ahora, y no porque no quiera escuchar las sonrisas que les arrancaría esa historia, escrita con el puño y letra del finado y con la sola aclaración de lugar y fecha: “Campamento Watapil, Sierra del Almendro, abril de 1986” se alcanza a leer, es decir, hará unos 30 años, sino porque ahora no viene al caso o cosa, según.

Claro, usted se está encabronando porque, piensa, para qué se las estoy dando a desear si ni-mais-palomas-naranjas-podridas-niguas-nones-nel-pastel, que ahorita no les voy a leer la historia de título tan breve como clarificador, pero déjeme decirle que esos papeles encontrados en el baúl del SupMarcos me hicieron recordar algo ocurrido cuando no se cumplía aún, en el reloj de La Realidad, la hora de su muerte:

El SupMoy y el ahora finado SupMarcos regresaron de la reunión con el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, celebrada en uno de los galerones del caracol de La Realidad, y me mandaron llamar.

Yo entendí que había llegado la hora en los dos relojes que el ahora difunto portaba desde el primero de enero de 1994. Porque yo sabía que su muerte se había ya decidido, pero no el cuándo. El que me mandaran llamar sólo significaba una cosa: el fallecimiento era inminente y me daría él las últimas instrucciones antes de mi nacimiento.

El SupMoy se tuvo que retirar y quedé solo con el SupMarcos.

Él me entregó una pequeña maletita de tela, vieja y mal parchada, sin decirme nada más.

Yo pregunté qué hacía con eso y él sólo me respondió que yo sabría qué hacer llegado el momento. Asentí en silencio.

Después me dio las indicaciones de la ubicación de un buzón de montaña donde, me dijo, tenía guardados varios libros.

Ahora me vienen a la memoria: las antologías poéticas de León Felipe y Miguel Hernández, el Romancero Gitano de García Lorca, los dos tomos del Quijote, “Los versos del capitán” de Pablo Neruda, una edición bilingüe de sonetos de William Shakespeare, “Historias de Cronopios y de Famas” de Julio Cortázar, y otros que ahora no recuerdo.

Se me hizo raro que en su última voluntad, tuviera lugar en su pensamiento para recomendar el rescate de unos libros que, lo más probable, ya estarían hechos pedazos por la humedad y la hormiga arriera.

Debo haber hecho algún gesto porque él se sintió obligado a explicar: “No hay soledad más desesperanzadora que un libro sin quien lo lea”.

Yo no dije nada, sólo escribí en clave los datos del buzón.

Luego, él me pregunto como de por sí era su modo en las indicaciones finales: “¿Dudas, preguntas, angustias, inconformidades, mentadas de menta o de las otras?”.

Quedé pensando.

“Tengo pregunta”, le dije, pero no porque la tuviera, sino para darme tiempo y poder pensar algo.

Él aguardó en silencio.

Y no sé por qué le pregunté de Durito.

Si, ya lo sé, debería haberle preguntado otras cosas, por ejemplo, las razones de su muerte, o la siempre urgente pregunta de “¿qué sigue?”. Pero no, le pregunté de Durito.

¿Por qué elegiste como personaje a un insecto? Lo del Viejo Antonio lo entiendo, lo mismo con los niños y niñas, pero ¿un insecto? Y peor, ¡un escarabajo! Los escarabajos que hay acá son de los que hacen su nido con estiércol y ahí tienen sus crías.

Él encendió la pipa y respondió entre bocanadas de humo:

“En primer lugar, como te enterarás en unos minutos, ellos no son los personajes, sino yo. Y en lo que se refiere a Don Durito, pues es el pequeño, débil e insignificante que se levanta, se rebela y desafía todo, incluido su destino impuesto.”

“En lo que se refiere al estiércol, los escarabajos no son los únicos que en estas tierras trabajan con estiércol y hasta lo usan para sus casas. También los indígenas. Bueno, eso antes de nuestro alzamiento.”

Sí, hablamos de otras cosas, pero no porque fuera un interrogatorio, sino porque el inicio del funeral se iba retrasando y el SupMarcos de por sí así hacía, que mientras pensaba en algo se ponía a platicar de cualquier cosa o de lo que le preguntaban, como si necesitara ocupar su pensamiento en varias cosas a la vez para poder resolver la principal.

De ésas otras cosas, no sé, tal vez, es un supositorio, ya les contaré en otra ocasión. O no, saber.

Pero lo de la liga entre el escarabajo y los indígenas zapatistas, tal vez lo entiendan mejor en las historias que ahora siguen en la voz del SupMoy.

Le paso entonces la palabra a nuestro jefe y vocero, el Subcomandante Insurgente Moisés, quien recién viene de lo más profundo de la selva lacandona, a donde fue para explicarnos por qué el mundo capitalista semeja una finca amurallada.

Muchas gracias.

SupGaleano.

México, abril del 2017.

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