No se presenta así. Se presenta como mala
suerte. Llegó un
virus desconocido con consecuencias terribles y la mejor forma de
limitar el
número de muertes es quedándonos en casa, probablemente por un par
de meses.
Obviamente esto tiene consecuencias económicas fuertes. Muchas
actividades se tienen
que parar. El turismo, por ejemplo. Si la gente se queda en casa,
entonces los
autobuses, restaurantes, los hoteles, las aerolíneas van a sufrir.
Si la gente
se queda en casa, toda la gente que vive de vender comida en las
calles va a
sufrir, muchas tiendas van a sufrir. Todo está suspendido por el
momento: la
construcción, los viajes, los eventos, las fiestas, las clases. Ni
modo, es
necesario aguantar un par de meses para proteger la salud de todas
y todos, y
luego vamos a regresar a la normalidad.
Pero no es exactamente así. El coronavirus no
sale de la
nada, no es “mala suerte”. Es producto de la destrucción de la
naturaleza que
es característica del capitalismo, consecuencia de un sistema
donde lo
importante es la expansión de la ganancia, no el respeto por la
vida. Toda/os
hemos visto la multiplicación en los últimos años de los
megaproyectos que
producen ganancias para las grandes empresas y destruyen el
equilibrio
tradicional entre los humanos y las otras formas de vida que nos
acompañan en el
planeta. Un elemento especialmente destructivo ha sido la
industrialización de
la agricultura y la destrucción de huertas y ejidos tradicionales.
Parte de
este proceso es la destrucción de los lugares donde viven los
animales
silvestres: destruye la separación entre esos animales y los
humanos y produce
las condiciones para la transmisión de virus de los unos a los
otros. En los
últimos años se había advertido muchas veces de la llegada posible
de un virus
que tendría consecuencias catastróficas. La llegada del
coronavirus, entonces,
no es mala suerte sino producto de la destrucción capitalista de
la naturaleza.
Si sigue esta destrucción, es muy probable que haya más pandemias
en los años
que siguen.
Lo del efecto económico no es mala suerte
tampoco. Es cierto
que si nos quedamos en la casa por un par de meses sin ir a
trabajar, vamos a
ser más pobres. Pero lo que está empezando y que va a seguir
desarrollándose en
los próximos meses es mucho más grave. Toda la reproducción
mundial del
capitalismo está basada en el crédito. Las empresas sobreviven y
crecen sobre
la base de dinero que ellas piden prestado a los bancos. En los
últimos treinta
años empresas pequeñas y grandes en todo el mundo han estado
pidiendo más y más
prestamos, y el sistema de crédito ya estaba al borde del colapso
antes de la
llegada del coronavirus. Muchísimas empresas ya no podían pagar
sus deudas.
Todo el sistema mundial de crédito se iba a caer en 2008, pero se
salvó a
través de más préstamos apoyados por los gobiernos. En el último
par de años se
ha hecho claro otra vez que el sistema estaba a punto de caerse.
El coronavirus
es el detonador de esta caída. Los diferentes gobiernos están
tratando de
detenerla, invirtiendo cantidades de dinero sin precedente para
extender el
crédito, pero lo más seguro es que no la van a poder detener. Todo
indica que
el mundo entero está entrando a la peor crisis económica de los
últimos noventa
años. Es muy probable que la caída económica dure mucho tiempo, ya
se está
hablando de otra “década perdida” para América Latina. Van a decir
que es parte
de la “mala suerte” del coronavirus, pero en realidad el virus
nada más está
precipitando una crisis que ya se veía venir.
Somos nosotra/os la/os que sufrimos las
consecuencias del
fracaso del sistema. Pero no quiero decir con eso que nosotra/os
somos las
víctimas. A veces se dice que es culpa del gobierno o culpa de los
capitalistas, como si quisiéramos que los capitalistas fueran
mejores
capitalistas o que los gobiernos pudieran dar más apoyo a los
capitalistas.
Pero no: el capitalismo es un sistema que tiene su lógica, la
lógica del
dinero, la lógica de la ganancia. Es esta lógica que destruye la
naturaleza y
crea las condiciones para la pandemia. Es la misma lógica que
empuja al capital
todo el tiempo a buscar nuevas maneras de sacar ganancia, nuevas
maneras de
subordinar toda la vida, todo el planeta a su lógica. Si está en
crisis, es
porque no lo ha logrado. Todavía. Por años ha fingido lograrlo a
través de la
expansión del crédito, pero esa ficción ya no se puede mantener.
¿Qué significa todo esto para nosotros y
nosotras? El
programa del gobierno de AMLO, la Cuarta Transformación (4T),
tiene el objetivo
de integrar el Istmo y el Sur de México más intensivamente al
sistema
capitalista. Por eso el Tren Maya, el Corredor Interoceánico, los
proyectos de
energía eólica, que son realmente repeticiones de los
megaproyectos de los
gobiernos anteriores. Pero hay dos problemas.
El primer problema es lo que ilustra claramente
la pandemia
actual: que este sistema es un sistema de muerte, que es muy
probable que si
seguimos con la misma lógica de la ganancia vamos a destruir la
humanidad
completamente, y no queremos eso.
El segundo problema es que el gobierno nos
quiere integrar a
un sistema que no está funcionando, que está entrando a su peor
crisis del
último siglo. Muy probablemente no se va a dar la recuperación del
turismo
mundial, tampoco se va a recuperar el comercio internacional muy
rápidamente.
El gobierno quiere destruir las comunidades para integrarlas a un
sistema
fracasado. Ya no es la misma situación que hace año y medio cuando
inició este
gobierno: sus megaproyectos de destrucción están basados en una
realidad que ya
no existe.
Tenemos que pensar entonces si queremos aceptar
la
destrucción de lo que tenemos para integrarnos a un sistema que
está en crisis,
y además un sistema que está destruyendo el mundo. Si decimos que
sí, si
queremos dar la bienvenida al Tren Maya y al Corredor
Interoceánico hay que
estar muy claros que probablemente no se van a cumplir las
promesas. En el
mejor de los casos habría que prepararse para ser meseros,
limpiadoras de
recámaras, prostitutas o prostitutos y las otras profesiones que
se van a
requerir si se logra la transformación, pero es muy probable que
no se realicen
los sueños del gobierno.
En la situación actual, sobre todo en medio de
la
coronacrisis, no tiene sentido aceptar lo que ellos quieren
imponer con sus
megaproyectos. Son realmente proyectos de muerte, parte de la
dinámica mundial
del dinero que está destruyendo la vida en el planeta, y además no
van a
funcionar como se promete. Mejor decir NO.
Mejor empezar con lo que tenemos y pensar cómo
mejorarlo
según nuestras propias ideas. Mejor defender las comunidades, pero
para
transformarlas. Mejor fortalecer la vida campesina y la pesca,
pero sin
subordinarla a la lógica del dinero. Mejor usar el viento para
generar
electricidad, pero usando tecnologías más apropiadas para
beneficiar a las
comunidades, sin contaminar y sin causar tanto daño a la vida de
las aves que es
tan importante para el equilibrio ecológico. Mejor empezar a crear
otro mundo.
Mejor escoger los caminos de la dignidad: caminos difíciles, pero
menos
destructivos y finalmente más realistas que las falsedades que nos
prometen.
No es solamente el istmo que está viviendo
estos problemas.
Saliendo del encierro en todo el mundo, el capital se va a poner
más agresivo
que nunca para recuperar sus ganancias y pagar sus deudas. En
todos los países
se van a multiplicar los megaproyectos de muerte. Incluso podemos
decir después
de la pandemia que el capitalismo se está desenmascarando como un
Megaproyecto
gigantesco de Muerte que pone en peligro la supervivencia de los
humanos. Pero
en muchos lugares del mundo entero, la gente va a salir del
encierro diciendo
“¡Ya no! Ya vimos que este es un sistema fracasado, este es un
sistema que está
destruyendo la vida. Tenemos que encontrar otros caminos, caminos
de la
dignidad.” En el mundo entero, en muchos lugares diferentes, la
gente va a
decir NO a la nueva agresión del capital, prendiendo faros de
esperanza, faros
de vida.
.........
Fuente: http://comunizar.com.ar/john-
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