Moira Millán
¿Que dónde estuve el 8 de Marzo?
Esa fué la pregunta que me formularon de diferentes medios alternativos.
Ser mujer y activista, nos compromete de una manera especial para esa fecha.
Debí escribir esta crónica mapuche en territorio zapatista hace ya algunos días. Sin embargo como mujer originaria tengo otros tiempos, otros modos para rememorar y reflexionar sobre lo vivído. Recojemos desde la memoria momentos que acariciamos y las unimos como finas hebras de lana seleccionadas para tejer en el telar de los recuerdos, el memorial de muestra conciencia.
El 8 de Marzo las Mujeres Zapatistas nos recibieron en la Selva Lacandona en el Caracol de Morelia, Chiapas, con un gran letrero en el portón que decía: Prohibido el ingreso de hombres mayores de 13 años.
Fuimos acogidas amorosamente las miles de mujeres de todo el mundo. Todas fuimos tratadas de igual manera, no hubo privilegios, palpamos la horizontalidad, en todas sus formas. Todas dormíamos en el piso, compartíamos los mismos baños, las mismas duchas, las largas filas para comer, y por primera vez en territorio liberado, nos sentimos absolutamente seguras, libres, respetadas y cuidadas.
Mujeres de todos los colores, idiomas, y costumbres, llegaron encarnando sus luchas, algunas conocidas, como las madres de Ayotzinapa, o las madres de las desaparecidas y asesinadas de Ciudad de Juarez. Dos mil mujeres zapatistas compartieron con nosotras este evento hístorico.
Todo estuvo perfectamente organizado, cuidado, desde la honestidad, de ser ellas mismas, sin agiornamientos inecesarios, escuchándonos, observándonos. Sin juzgamientos, ni reproches, pero al mismo tiempo manteniendo las reglas, conservando sus preceptos.
La autonomía zapatista, se traduce en este maravilloso logro de liberar territorios y hacer de él un lugar mejor, aquel mundo en el que quepamos todas , el que soñamos habitar.
Cómo danzarles a ustedes la alegría que colmó nuestro ser femenino: libres, seguras, plenas, acorporadas, la música que a travesó desiertos montañas y valles para llegar hasta allí narrando dolores, penas , triunfos, luchas, y pensamientos, narradas en cantos ancestrales, en rancheras mexicanas, corridos zapatistas, rap libertario feministas, y coros espontáneos populares.
Allí recogimos la siembra de nuestras hermanas, cosechando abrazos para las lágrimas, circulos de amor para la soledad de quien clama justicia, compromiso y verdad, contra la mentira, memoria con nuestras muertas y muertos.
Como mujer mapuche, de piel cobriza y milenaria, me llené de orgullo al ver que otras mujeres indigenas lograron tanto.
En cada rincón de este continente nosotras las mujeres originarias somos despreciadas, maltratadas, y ninguneadas, nos cuesta fortalecer la autoestima, nos cuesta creer en nosotras, siempre hay un mesías macho, y medio blanquito hablando por nosotras, o alguna compañera blanca que asume nuestra representación.
Allí estaban las compañeras desde sí mismas, desde su humilde y digna condición de luchadoras, desde su fuerza revolucionaria, desde su sabiduria ancestral.
Claro que el zapatismo se interpela se revisa y siempre vuelve a encontrar algo que debe cambiar, no es perfecto, porque emana desde los humanos seres por demás imperfectos. Pero por ello no podría haber mejor escenario que el territorio zapatista para encontrarnos en nuestras luchas y sueños colectivos.
Me fui con una imagen que sintetizó este evento, todas las mujeres indígenas desde el norte de Canadá hasta la Patagonia, incluyendo a las palestinas subimos al escenario a ofrendarles a nuestras anfitrionas un regalo en gratitud.
Tras ese momento nos abrazamos en círculo, todas representábamos las luchas de nuestras naciones, anhelantes de justicia y libredeterminación.
Marici weu!!!
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