En la cosmovisión tzotzil el mundo sobrenatural desempeña un papel de primera importancia. Las fuerzas fuera de control humano encarnan y simbolizan un amplio repertorio de seres: los dueños de los manantiales, de los cerros, de las cuevas; los gobernantes de la lluvia y del relámpago; el animal cuya vida y suerte están indisolublemente unidas a la vida y suerte de cada recién nacidos; los aires; la tierra misma. La relación con la naturaleza se simboliza mediante el ceremonial destinado a venerar las entidades sobrenaturales a las que representa.
En
el Chenalhó de “Las Abejas” se pone en evidencia lo que llamamos
“conocimientos empíricos”, construidos a través de la
combinación de prácticas, creencias y rituales mágicos. Porque en
nuestra cultura, es decir, en la concepción indígena, el mundo, la
naturaleza y el hombre se colocan en un mismo plano de necesidad. De
ahí las cuestiones para la racionalidad mestiza son distintas y
están separadas, para nosotros constituyen una unidad. Por ejemplo:
la selección de semillas adecuadas y una ceremonia propicia para
tener un buen cielo son parte de una misma actividad. No separamos el
conocimiento “objetivo” sino que lo colocamos en el mismo plano
de las experiencias espirituales, subjetivas, y de nuestra relación
directa con la naturaleza y sus fuerzas
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El huesero cura el pie de un señor vagabundo y también cura a los animales de la tierra. El sabio sabe qué hora es cuando cantan los gallos, qué sucede cuando susurran los vientos y cuando las estrellas se ponen en tal dirección. Y ésta en una manera coherente de expresar simbólicamente la participación del hombre en la unidad fundamental e indivisible del universo al que pertenecemos.
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