En la cosmovisión tzotzil el mundo sobrenatural desempeña un papel de primera importancia. Las fuerzas fuera de control humano encarnan y simbolizan un amplio repertorio de seres: los dueños de los manantiales, de los cerros, de las cuevas; los gobernantes de la lluvia y del relámpago; el animal cuya vida y suerte están indisolublemente unidas a la vida y suerte de cada recién nacidos; los aires; la tierra misma. La relación con la naturaleza se simboliza mediante el ceremonial destinado a venerar las entidades sobrenaturales a las que representa.
En
el Chenalhó de “Las Abejas” se pone en evidencia lo que llamamos
“conocimientos empíricos”, construidos a través de la
combinación de prácticas, creencias y rituales mágicos. Porque en
nuestra cultura, es decir, en la concepción indígena, el mundo, la
naturaleza y el hombre se colocan en un mismo plano de necesidad. De
ahí las cuestiones para la racionalidad mestiza son distintas y
están separadas, para nosotros constituyen una unidad. Por ejemplo:
la selección de semillas adecuadas y una ceremonia propicia para
tener un buen cielo son parte de una misma actividad. No separamos el
conocimiento “objetivo” sino que lo colocamos en el mismo plano
de las experiencias espirituales, subjetivas, y de nuestra relación
directa con la naturaleza y sus fuerzas
Hay
una actitud total de integración del hombre con la naturaleza. La
naturaleza no es un objeto, sino un sujeto con quien interactuamos de
manera permanente y recíproca. Es el punto de referencia común de
nuestros conocimientos, de nuestras habilidades y trabajo. Es la
forma específica de satisfacer la necesidad ineludible de obtener el
sustento; pero que también está presente en la proyección de los
sueños, en la capacidad para imaginar; no sólo la observamos,
también platicamos con ella, le confiamos nuestros temores y
esperanzas ante fuerzas fuera del control humano. Todo es integral y
sucede de manera simultánea, se trata de una relación total: el
músico anuncia el diálogo, el cavilto le pide un deseo al dios
creador y formador, y con el humo de su incienso le manda el mensaje,
el danzón le baila al formador, el anciano interpreta los sueños,
el indígena estudia y cultiva la tierra, el poeta le reza una
palabra florida al señor del universo, también le canta a la luna,
a las estrellas, y a la naturaleza… y su canto es acompañado con
el canto de los pájaros y con el murmullo del viento; las aves tocan
la música que el viento lleva hasta la puerta del cielo.
El huesero cura el pie de un señor vagabundo y también cura a los animales de la tierra. El sabio sabe qué hora es cuando cantan los gallos, qué sucede cuando susurran los vientos y cuando las estrellas se ponen en tal dirección. Y ésta en una manera coherente de expresar simbólicamente la participación del hombre en la unidad fundamental e indivisible del universo al que pertenecemos.
El huesero cura el pie de un señor vagabundo y también cura a los animales de la tierra. El sabio sabe qué hora es cuando cantan los gallos, qué sucede cuando susurran los vientos y cuando las estrellas se ponen en tal dirección. Y ésta en una manera coherente de expresar simbólicamente la participación del hombre en la unidad fundamental e indivisible del universo al que pertenecemos.
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