La
cultura abarca elementos muy diversos: objetos y bienes materiales,
así como la forma en que nuestro sistema social está organizado.
Cuando hablamos de nuestro pueblo consideramos un territorio y los
recursos naturales que contiene, los objetos que enmarcan y hacen
posible la vida cotidiana, las habitaciones, los espacios y edificios
públicos, la instalaciones productivas y centros ceremoniales, los
sitios sagrados, los lugares donde están enterrados nuestros
muertos. A través de nuestra educación aprendemos a hacer las
cosas, a trabajar en lo que nos toca, a interpretar la naturaleza y
sus signos, a encontrar los caminos para enfrentar los problemas, a
nombrar las cosas. Junto con esto recibimos valores: lo que es bueno
y lo que es malo, lo deseable y lo que no lo es, los permitido y lo
prohibido.
La
historia ha definido quiénes somos “nosotros”: una organización
pacifista, “guardianes de la memoria y de la esperanza”, cuándo
se es y cuándo no se es, o se deja de ser parte de ese universo
social. Nuestro pueblo ha establecido los límites y las normas de
pertenecer a nuestra organización: hay formas de ingresar, de ser
aceptado, hay también maneras de perder la pertenencia. Esto es lo
que se expresa en la identidad. Saberse y asumirse como integrante de
un pueblo y de una organización, y ser reconocido como tal por
propios y por extraños, significa formar parte de una sociedad que
tiene por patrimonio una cultura propia, de la cual se beneficia y
sobre la cual tiene derecho a decidir.
Las
personas de “Las Abejas” de Chenalhó se pueden reconocer por los
signos externos: las ropas que usamos; la lengua que hablamos, el
tzotzil; las fiestas que celebramos y nuestras costumbres y
tradiciones.
El
traje de los hombres consiste
en una especie de túnica blanca hecha con tela de telar o de manta
con cuello en “v” que llega hasta el muslo, un cinturón que se
amara en la cintura, un huarrach, un tela de color rojo que se enreda
en el cuello, un sombrero de palma cuya copa tiene forma de cono
pequeño y de las orillas del ala penden listones de colores.
Actualmente son pocos los que se visten así de manera cotidiana.
Autoridades y abuelos lo usan en ceremonias y algunos de nosotros en
celebraciones específicas.
Las
mujeres visten un
huipil corto –blusa- tejido en telar, que puede ser de varios
colores o de dos nada más, con bordados alrededor del cuello; su
falta, tejida por los hombres que trabajan en eso, luego la bordan
alrededor o en forma cruzada con líneas de motivos simbólicos o
flores, generalmente es de color azul u obscuro, es una especie de
gran cilindro que ellas plisan sobre su cuerpo y sujetan con una faja
de color también tejida. Para cubrirse usan también un manto
blanco con bordados pequeños de color fuerte distribuidos en toda su
superficie y en las orillas. La mayoría de las mujeres usan
actualmente la vestimenta tradicional.
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